Semana de la Dulzura: la historia del chocolate y su impacto en la alimentación diaria
La popularidad del intercambio de golosinas como muestra de afecto combina tradición, marketing y un consumo que invita a reflexionar sobre sus efectos en la salud. La columna del nutricionista Juan Pablo Corleto.
Cada año, del 1 al 7 de julio, se repite en Argentina una curiosa tradición nacida bajo el lema “una golosina por un beso”.
Lo que empezó como un guiño al romance se fue ampliando con los años y hoy es una ocasión para regalar pequeños gestos a familiares, amigos y compañeros de trabajo. Una semana festiva que fomenta la amabilidad, el buen clima y, claro está, el consumo de golosinas.
Aunque pocos lo piensen, esta celebración —vigente desde 1989— nació como una estrategia de marketing de la industria del dulce cuya golosina por excelencia sigue siendo el chocolate.
El chocolate, como muchos saben, proviene del cacao, una planta ancestral que los aztecas utilizaban en su bebida amarga llamada xocoatl. Muy lejos de ese sabor original, el chocolate que hoy conocemos combina pasta de cacao, azúcar y en muchos casos leche, dando lugar a un producto que suele tener un 50% de su composición en azúcar.
Las propiedades del cacao puro son innegables: aporta grasas, proteínas y fibra, pero cuando hablamos de chocolate industrializado, la cosa cambia. Su perfil nutricional varía según los agregados —azúcar, frutos secos, rellenos— y su consumo excesivo puede afectar la salud.
¿Significa esto que deberíamos privarnos de estos gestos dulces? Por supuesto que no. Si un alimento sirve como puente para el afecto o para mejorar las relaciones humanas, bienvenido sea.
La clave está en la cantidad, la frecuencia y, sobre todo, en conocer nuestras necesidades personales. Como siempre, la recomendación es consultar a un Licenciado en Nutrición porque no hay receta universal cuando se trata de salud.
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